Muchas plegarias y oraciones, pero silencio ante los culpables de las penurias de los cubanos.

El pasado 9 de junio del 2024, Monseñor Dionisio García Ibáñez, arzobispo de Santiago de Cuba, en su oración dominical pidió a la Virgen de la Caridad del Cobre que enviara su Espíritu Santo para que todos los cubanos, con las potencialidades que tiene el pueblo: “aprendamos a vivir en armonía en un solo corazón y una sola alma, con diferentes maneras de pensar y juntos, encontrar soluciones que nos conduzcan a nacer en paz, a trabajar en paz, a comer en paz, a morir en paz”.

Su plegaria a la Virgen la dedicó a las madres cubanas “que luchan por alimentar a sus hijos, a los familiares de los presos, a los que lloran la emigración, sufren la violencia y el robo y a quienes soportan tantas carencias materiales y espirituales. A todas esas personas que no se cansan de buscar medicinas para sus enfermos y a los trabajadores que intentan brindar a sus seres queridos una casa digna”.

Finalmente expresó: “Ayúdanos a sentir el consuelo y la fortaleza en estos tiempos tan difíciles”.

Bien por esos reclamos a la Virgen, pues realmente el pueblo cubano vive la situación económica más compleja en 65 años, pero el arzobispo de Santiago de Cuba olvidó condenar a los verdaderos responsables de las penurias que hoy sufren los cubanos, ni tampoco pidió que esos, que tanto odio acumulan y son los únicos responsables de la muerte de miles de cubanas y cubanas, cesen en su empeño por matar de hambre y enfermedades a todo un pueblo.

Monseñor Dionisio debe decir la verdad ante sus feligreses y condenar sin miedo al gobierno de Estados Unidos, que desde 1960 ejecuta un genocidio despiadado contra los cubanos.

¿Desconoce él que el sub secretario de Estado yanqui, en abril de 1960 expuso sin el menor reparo?:

“El único medio previsible que tenemos hoy para enajenar el apoyo interno a la Revolución es a través del desencanto y el desaliento basado en la insatisfacción y las dificultades económicas. Debe utilizarse prontamente cualquier medio concebible para debilitar la vida económica de Cuba, negarle dinero y suministros para disminuir los salarios reales y monetarios, a fin de causar hambre, desesperación y el derrocamiento del gobierno”.

Esta línea de trabajo, trazada y ejecutada por Estados Unidos, es la verdadera causante de tantas carencias materiales que soportan diariamente los cubanos y cubanas.

El clero católico cubano y su Comisión de Obispos, jamás han señalado a los presidentes yanquis como los ejecutores de esa política criminal, que se incrementa cada día para que la población culpe al socialismo de sus problemas, pero deben tener presente que el 19 de octubre de 1960, el entonces presidente Dwight Eisenhower, inició esa guerra económica, al aplicarle a Cuba la Ley de Comercio con el Enemigo, (TWEA) por sus siglas en inglés, que otorga al presidente la autoridad de imponer sanciones económicas contra naciones extranjeras y prohibir, limitar y regular las transacciones comerciales y financieras con países que considere hostiles en tiempos de guerra.

Dicha ley, aún vigente, es prorrogada cada año antes del 14 de septiembre, situación que cumplen puntualmente todos los presidentes yanquis.

Monseñor no debe ocultar que el sufrimiento de las madres cubanas ante la escasez de alimentos y medicinas, es provocado por el nudo de leyes que persiguen el estrangulamiento de la economía de la Isla, como establece la proclama presidencial 3447 de febrero de 1962, con el propósito de aislar económica y financieramente a Cuba, unido a la decisión tomada por el Grupo Especial Ampliado del Consejo de Seguridad Nacional, de: “Iniciar una guerra económica que induzca al régimen comunista a fracasar en su esfuerzo por satisfacer las necesidades del país, junto a operaciones psicológicas que acrecentarán el resentimiento de la población contra el régimen”, según expone sin tapujos.

Un amplio informe desclasificado de la CIA, afirma:

“El principal objetivo de los programas encubiertos contra Castro es completar el aislamiento económico, político y psicológico de Cuba respecto a América Latina y el mundo libre…  Estas medidas han sido en buena parte responsables de las actuales dificultades económicas de Castro, pero pudieran adoptarse nuevas y eficaces medidas de Guerra Económica”.

Esto no es propagada comunista, lo escribió la CIA.  Además de todas las leyes, han incluido a Cuba en la lista de Países Patrocinadores del Terrorismo y los congresistas de origen cubano trabajan para impedir, a todo costo, que el gobierno de Joe Biden la excluya, porque las sanciones que le aplican a quienes integran esa espuria lista, son mayores e impiden todo tipo de transacciones financieras, el comercio y las inversiones extranjeras.

De eso no dicen una sola palabra los sacerdotes y monjas al servicio de la mafia terrorista de Miami, entre ellos el padre José Conrado Rodríguez, párroco de San Francisco de Paula, en Trinidad, y el sacerdote de Camagüey Alberto Reyes, quien recibe financiamiento de varios centros de subversión, como el Instituto Republicano Internacional y otras organizaciones vinculadas a los Servicios Especiales yanquis.

Ambos parecen ser una resurrección de Monseñor Eduardo Boza Masvidal, obispo auxiliar de la diócesis de La Habana en los años 60 del sigo XX, quien actuaba como enlace de la organización contrarrevolucionaria Directorio Revolucionario Estudiantil (DRE) y la CIA. Reciben dinero y orientaciones precisas para deformar la realidad, culpando al gobierno cubano de esas penurias.

Evidentemente olvidan lo dicho en la biblia (Mt.7.1-5):

“No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenado”.

La historia de Cuba recoge múltiples hechos de las posiciones del clero a favor de los Estados Unidos, como fue la Carta Pastoral escrita en septiembre de 1959 por Monseñor Enrique Pérez Serantes, publicada en “La voz de la Iglesia en Cuba. 100 documentos episcopales”, en la cual afirmaba:

“No tenemos rubor en decir y nos parece cobardía no decirlo, que entre norteamericanos y soviéticos, para nosotros no cabe vacilar en la elección, los primeros”.

Por algo dijo José Martí:

“No hay sápatras más grotescos y encarnecidos que los curas en los pueblos católicos”.

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